Apuntes de una reportera: el miedo de los migrantes al crimen organizado en México no entiende de género
Durmiendo en las calles de El Paso, Texas, sin saber cuál será su próximo paso, migrantes comparten relatos de temor ante la posibilidad de ser víctimas de violencia en Ciudad Juárez, México.
WASHINGTON — En la última semana del Título 42, en los alrededores de la iglesia Sagrado Corazón en El Paso, Texas, únicamente se podía caminar por las calles. Los andenes y callejones eran los centros de campamento de cientos de migrantes que, en busca de continuar su camino, parecían crear comunidad.
En medio de conversaciones, el acento y forma de hablar se convirtió en un elemento de relación para Leidy, una joven colombiana que nos detuvo al afirmar: “me iba a secuestrar el cartel, por eso tuve que cruzar”.
“Estaba sola porque mis amigas se entregaron en Tijuana. Yo estaba comprando agua en un supermercado, porque estaba durmiendo en el piso, cuando un hombre me detuvo y me agarró por el brazo intentando meterme a un carro”, contó a la Voz de América. Luego de un breve forcejeo, dijo, logró correr en dirección contraria hacia la malla de púas que separa el lado mexicano del Río Bravo del lado estadounidense.
La organización Red Mesas de Mujeres de Ciudad Juárez, México, advirtió que hasta marzo de 2023 se habían cometido unos 40 homicidios dolosos contra mujeres en la ciudad. En 2022, Juárez ocupó el primer lugar nacional en el delito de violación con 709 denuncias.
“Yo tuve mucho miedo”, agregó Leidy, quien cruzó la malla de púas y quedó en medio del canal, donde unas horas después encontró un espacio para cruzar irregularmente a EEUU. “No podía mirar para atrás ni devolverme porque me podían violar, matar o secuestrar. Yo eché para adelante, la verdad. Me crucé, corrí las carreteras, estaba sola”.
Dos días después de su entrada irregular, Leidy estaba durmiendo en la acera aledaña a la iglesia Sagrado Corazón, vestía una camisa de flores nueva y un pantalón que le regalaron en un refugio pues su única ropa se había dañado al cruzar hacia El Paso y, con preocupación, preguntaba a cada portavoz de organizaciones no gubernamentales que se acercaba, qué podía hacer para legalizar su estatus en el país.
En las mismas calles sobrevivía Isabel, una joven madre venezolana, que contó fue detenida en México por siete días donde “solamente me tenían sentada en una silla, en el frío, a veces no comía bien porque la comida tenía que durar todos esos días”.
Al salir se vio obligada a pedir dinero en las calles para buscar hospedarse en hoteles en México, sin embargo, no le alcanzaba para la comida. “Yo pago el hotel pero después cómo hago para comer. En la calle uno se siente atrapado”, contó.
Acompañada de su hijo de un año, decidió entregarse a las autoridades fronterizas de EEUU y fue dejada en libertad condicional. En El Paso, esperaba a recoger dinero para moverse a Chicago, donde esperaba comenzar de nuevo.
La Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), advierte que “la falta de documentación y recursos, y la restricción para cruzar regularmente las fronteras han obligado a las mujeres a utilizar rutas cada vez más peligrosas con presencia de grupos criminales y escasa respuesta institucional”.
Una comunidad a la intemperie
Para quienes venimos de países latinoamericanos los sonidos en el centro de El Paso llegan a ser familiares, casi como una plaza pública. Desde los pregones de un hombre vendiendo cigarrillos a un dólar hasta el anuncio de un barbero que ofrece sus servicios en busca de clientes que quieran recortarse el cabello.
Las escenas, a veces caóticas, reflejan por ejemplo el desespero de un migrante cubano que corre de un extremo al otro de la plaza preguntando si alguien ha visto su pasaporte, que ha extraviado probablemente en uno de los baños portátiles. Cerca de allí, una mujer baña a su pequeño hijo en un lavamanos, también portátil, provisto por la ciudad.
Un poco más adelante nos encontramos con Abraham, de 18 años, mientras anunciaba la venta de bebidas gaseosas que llevaba en una nevera portátil. El joven venezolano aseguró que lo hacía para evitar pedir dinero en la calle y a la vez, “ayudar a los paisanos”.
Con cada venta, esperaba reunir dinero para los pasajes de autobús hacia Denver, ciudad estadounidense a la que quería llegar. La nevera, relató, se la regaló una mujer tras hacerle un trabajo de limpieza en el jardín en El Paso, y con el pago adicional, logró comprar los refrescos y el hielo.
Uno de sus clientes, Ricardo, también venezolano, dijo que esperaba que sus familiares le enviaran dinero para poder irse de El Paso. El joven de 23 años, afirmó visiblemente impactado que fue secuestrado en Ciudad Juárez, México, varias semanas atrás y liberado después de que le entregó a sus captores todo lo que tenía de dinero. Esa circunstancia -afirmó- lo obligó a cruzar de manera irregular a EEUU.
«Fue muy duro», repite a cada rato.
Human Rights Watch, estima que los migrantes en México “suelen ser víctimas de abusos como secuestros, extorsiones y violaciones sexuales, por parte de grupos criminales y funcionarios mexicanos. Hasta 2022, se habían documentado al menos 6.000 casos de secuestro u otros ataques violentos contra personas que EEUU expulsó a México.
Ricardo, por ejemplo, dijo que los miembros de «una banda criminal» no sólo le arrebataron el dinero que tenía sino que además le robaron todas las pocas pertenencias que lo acompañaron durante su travesía, entre ellas su celular con el que se mantenía comunicado con la familia.
Antes de despedirnos nos dijo desde El Paso lo que más lo angustia: “…que me expulsen a México, yo prefiero que me regresen a mi país, pero no allá donde lo matan a uno”.
[Salomé Ramírez Vargas fue parte del equipo especial de la Voz de América que cubrió el fin del Título 42 en El Paso, Texas]